Edmundo López de la Rosa
En la época prehispánica seguramente fue reconocido como el Huey Apantli, “Gran Acequia”; y a partir de la Colonia hasta la segunda mitad del siglo XIX llamado de tres maneras de acuerdo a las poblaciones más importantes por las que cruzaba: Acequia Real dentro de la ciudad de México, de ésta al pueblo de Mexicaltzingo, Acequia Real a Mexicaltzingo, y desde aquí al pueblo de Chalco, Acequia Real a Chalco. En 1856 el empresario Mariano Ayllón, promotor de la línea de barcos de vapor por el Canal Nacional, la primera que hubo en el país, los rebautizó en su conjunto como Canal Nacional, quizá como un acto republicano para ese momento que vivía el país con un Congreso Constituyente reunido a consecuencia de la triunfante Revolución de Ayutla y que habría de redactar la Constitución de 1857. Aunque en ese tiempo no prosperó la propuesta, a principios del siglo XX ya estaba arraigado su nuevo nombre, de tal manera que hoy día es reconocido como la Acequia Nacional o Canal Nacional.
El Canal Nacional fue fundamental para la vida de la Ciudad de México, a través de sus aguas circulaban importantes cantidades de productos que consumían sus habitantes; los mercados de la Merced y Jamaica deben en mucho su origen al Canal Nacional. También fue canal para transmitir ideas y noticias de otras partes de la cuenca; y esencial para regular las aguas de los lagos de Chalco y Xochimilco, que no en pocas ocasiones inundaron la ciudad. En su momento de máximo esplendor, el Canal Nacional cruzada la Plaza de la Constitución para terminar su recorrido en terrenos aledaños a la Alameda Central.
Sin embargo, a partir del siglo XX la ciudad se construyó sobre un gran costo ambiental: se sustituyeron canales, ríos y lagos por calles, avenidas y enormes planchas de concreto, hoy día casi no queda nada; de los poco más de 20 kilómetros que tenía el Canal Nacional sobrevive la mitad (entre las calles de Ganaderos y Nimes) En 2003 este cuerpo de agua se había convertido en canal de aguas negras y se pensó cerrarlo para construir una nueva vialidad. Afortunadamente se gestó un movimiento ciudadano para conservarlo, y en 2012, fruto de este esfuerzo ciudadano y la visión de algunos legisladores, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal lo declaró Patrimonio Urbanístico de la Ciudad de México.